Junio de 2010. Johannesburg. La ciudad recibe miles de camisetas verdes mexicanas, con espíritu de revancha aunque menos triunfalismo, pero listos para la contienda de octavos de final. El equipo mundialista, más numeroso, desde temprano está apostado en los alrededores, deambula con más silencios que palabras. En bares y pizzerías, vieron como Alemania pasa con solo algunos minutos de sobresaltos, con Klose en cancha y dos goles de su joven estrella debutante y se convierte en el próximo rival del ganador de esta noche.
Matices. Sólo matices diferencian historias que lúdicamente se repiten. La misma instancia, el mismo rival, el mismo horario, los mismos nervios. Algunas cosas cambiaron. Carlitos y Lio ya no están en el banco, van de entrada. México llega con lo que le queda. Y el frío….eso si es bien diferente.
Con el cambio de ropa, que divide el día de la noche, consumado, el equipo, apunta al Soccer City. Nervioso y deshilachado. La ansiedad por llegar no admite esperas, y cada uno va a su ritmo, corriendo hacia los transfers abarrotados hacia el estadio. Las mentes solo responden al impulso de llegar, de estar, de acompañar la ilusión. Sensación únicas y que cada uno procesa y vive a su manera. El resultado fue que nadie espero a nadie y varias combis llevaron al equipo. En la última abordó Fran, que imploraba por una vuvuzela.
En la cola, una dura batalla por conseguir una bandera argentina. Comprarla, claro, pero a la mitad de precio inicial. Arrancamos en 100 rands, pero nuestra negativa rotunda aflojaba la oferta. Llegando a 60 hicimos la oferta de 50, con el billete en mano. Pero parece que ofendimos al comerciante, que nos miró fulminante. Afortunadamente, un segundo después subimos al micro.
La combi se acerca por la rampa de acceso, el imponente espectáculo del estadio iluminado acelera el pulso, el joven mundialista mudo por los nervios, enlatado en la camiseta que decide lucir sobre los polars.
En los improvisados playones de descenso, parte del grupo, culposo, nos estaba esperando para recorrer a pie los metros que faltan. Pasos rápidos y generosos, casi de especialidad olímpica, no logran quebrar la ilusión óptica de lejanía del monumental escenario.
Gentes de muchas partes acuden a la cita. Se amontonan en los accesos. Puerta 10 entrada K, block 118. La luna colgada de las estrellas del Este es testigo del peregrinar silencioso de los hinchas. No paramos en las cámaras de la previa de los canales de televisión, no es lo nuestro cuando empieza el verdadero Mundial, la concentración es total, el momento de verificar los tickets en esta instancia es peor a la entrega de la nota del final de la carrera. Si algo falla, no hay recuperatorio.
Entramos a los pasillos del estadio. Se percibe la tensión, la espera que no termina, es el partido que vinimos a vivir, como en el 98, como en el 2006. Los otros se disfrutan, este se sufre. Con esa dosis de miedo, que requiere en algunos, ciertas necesarias detenciones….
Las ubicación, detrás de un arco. Allí abajo, donde se extiende el césped. Faltan solo algunos escalones y casi una hora y media para el partido. El tiempo se detiene, dando la razón a quienes sostienen que no es una medición objetiva, sino una percepción relativa.
El estadio es un murmullo. Los habituales madrugadores deambulan entre las plateas, saludando, observando, sacando fotos, respirando profundo. Aquellos encargados de las banderas encuentran un motivo para apretar el tiempo. No faltará mucho para el reconocimiento del campo. El murmullo se acelera desde la platea baja porque en la boca del túnel aparece Romero, el primero en pisar el pasto. Impensadamente, llueven desde la cabecera, kilos de serpentinas interminables, saludando a los jugadores. Los voluntarios de verde no pueden creer lo que ven. Los jugadores vienen de nuestro lado, cerca de donde Goyco y el Bambi hacen la previa. Vibramos sabiendo que la cuenta regresiva comenzó.
Twitter, ese vinculo de emoción instantánea con los que están del otro lado, transmite a la velocidad que permiten los pulgares tiesos por el frío y los nervios.
“Diego se para entre los titulares, la vincha de Demichelis por un momento entró en confusión con la de Garce, se paralizó la tribuna”
“Hoy es el día M. Se viene el cambio de mando. Por primera vez, la ovación para Messi iguala o por poquito supera el DIEZ con mayúscula”, son algunos de los tweets.
El institucional de la FIFA previo al partido, muestra imágenes de la historia. La clásica imagen de Diego en el 86 cantando el himno emociona. Como todas las veces, el grupo mundialista despega la mirada del campo para concentrarse en las pantallas, que luego presentaran los equipos.
Falta menos. El frío hace la espera más interminable. Los jugadores terminaron el calentamiento, los 23 siempre juntos y con el DT en el centro. Antes de irse, una nota con Niembro y el pollo Vignolo, a 5 metros de la cabecera brava, para dejarla picante, esperando verlo en minutos de saco y corbata.
Ya no falta nada. Los equipos vienen a la cancha. La cabecera brava inunda otra vez el campo con el blanco de las serpentinas traídas de quien sabe dónde. Pica Messi preparando los músculos, salta Heinze destrabando sus rodillas. Es hora del ritual, los equipos se forman de cara el palco y nos da la espalda, para que suene con más fuerza que nunca el himno resumido en una cadena sonora de O mayúsculas, el himno de la selección. Ya se ubican en sus puestos, Romero va hacia el arco contrario, bien lejos.
Los voluntarios otra vez retiran en cantidades impensadas los rastros de papel. Serpentinas, globos , papelitos, como si el partido se jugara en el Monumental, en cualquier lugar de Argentina
El partido avanza con esos minutos que no dicen nada, porque el equipo no dice nada. Messi se retrasa y no puede jugar, los mexicanos no quieren jugar. Se hace cerrado por impericia e indecisión. La pelota pasa rápido por el medio, que no tiene dueño.
Minuto 26. Ataque de esos que van a toda velocidad, y dependen del milímetro. Carlitos traba y choca en el punto del penal, rebote que cae en la zurda de Lio que la pica al arco. Tevez cabecea en el área chica el toque que no entraba y sale gritando hacia el banco. Nos miramos y gritamos, el línea y el árbitro, corren hacia el medio, perseguidos por los escandalizados mexicanos. Un offside de potrero que se comen increíblemente, pero ya está, hoy nos toca.
De repente, en las pantallas del estadio, repiten el gol, en un hecho inédito y escandaloso, la trasmisión incitando a la violencia, reflejando el absurdo gol convalidado. El juez lo ve y se da cuenta. Habla con el línea. Le pregunta si vio offside. Olemos la mano negra. El línea dice que no. El italiano, con la seguridad de estar asistiendo al final de su carrera internacional, responde al reglamento y sanciona el gol. “Ole, ole ole ole, tano tano”, baja de la cabecera burlona, agradecida, aliviada.
El equipo del golpe por golpe, se desata. Los mexicanos terminan de comprender aquello del centímetro que divide la gloria del abismo. Es el centímetro que levanto de más el central Osorio su botín derecho para parar la indómita Jabulani, la de la redondez perfecta. Pasa el Pipita como un rayo a buscarla, mete una pisada de Primer Mundo futbolero y siete minutos después, sin dejar que el rival vuelva de la sensación de robo, les inyecta sensación de callejón sin salida.
Los últimos 15 minutos pierden vértigo, y expone la falta de manejo. México se adelanta, y Argentina retrocede. No preocupa hoy, hay ventaja. El segundo tiempo arranca igual, vemos venir las camisetas verdes con las barreras de peaje del mediocampo abiertas. Se necesita urgente…algo. Carlitos vuelve al escenario, aclara la voz, encara de derecha hacia el centro, prueba una nota larga, aguda, curva, con efecto, que se clava en el ángulo irremediablemente. Abre su boca y el corazón y el pecho llenos del grito de gol que quedará en su historia personal. Se abraza con Diego, con nosotros. Van 5 del segundo, y ahora sí, la historia se termina. A fuerza de prepotencia ofensiva más que de concepto.
Los 40 que quedan, son iguales a los 5 anteriores. Solo el quiebre del gol. Los mexicanos con nada llegan demasiado. Chicharito Hernández descuenta, Heinze saca dos pelotas en la línea que Romero miraba pasar, y pasa a ser figura con sus rodillas destrabadas. Una pelota reventada viaja hacia el Diego que la baja de taco y produce la mayor alegría de esos 40 en la cabecera brava.
Entra Verón a tenerla, sale Carlitos. Enojado patea una botellita, tenía un último tema guardado para los bises que el director no le regala al público. Termina. En sentido opuesto a la fiesta con Corea. Preocupados, la Bruja tampoco fue solución, pero sabiendo que este equipo tiene más de un as macho en la manga. Los mundialistas respiran aliviados. Aquellos que se van, se irán cumplidos con lo que imaginaron en aquel ya lejano día, quizas noche en que el “No vamos” cambió por el “Hay que ir”.
El frío y ese final, apuran la desconcentración, hoy no da para festejos alargados para que alguna cámara nos tome y nos encuentren en casa. Los gruesos policías parecen percibir el ambiente y apuran la salida, rastrillando las plateas con menos sonrisas que de costumbre.
Queda un largo trecho hasta el bunker. Todavía hay que desandar el camino a los autos, previa cola para subir a los transportes que nos saquen. El pequeño mundialista cumplió su objetivo: vino, vió y ganó. Se irá invicto. Esa satisfacción desata una interminable cataratas de chistes con las que ameniza la espera. Ivan sale al cruce con su repertorio guardado en algún rincón oculto. Lucha pareja, tiran y tiran. Suben al micro y todavía les quedan algunos por intercambiar, grandes compañeros de viaje.
Ya no queda nadie por Joburg, caminamos lentos hacia el estacionamiento donde quedan no mas de 5 autos, incluyendo los tres nuestros. Al final de la fila el Fran recorre en silencio el vaivén de emociones que lo atravesaron en una tarde.