En 1986 le ganamos la final. En 1990 se vengaron en la
final. En pasaron 3 mundiales en el que le anduvimos lejos. Los volvimos a ver
esa tarde de Berlín, la del partido controlado que terminó en penales y desde atrás del arco veíamos al arquero
sacar los papelitos de la media. Era cuartos de final.
Ahora, cuatro años después, ambos renovados, y otra vez en cuartos, la estadística dice
que en versión 2.0 gana el que perdió el anterior…
No teníamos muchas más seguridades que esas. México nos llenó
de dudas atrás sobre el final, y esta Alemania tenia aviones. Por eso las dudas se hicieron temor que se
hizo incertidumbre, mucho más por nuestra organización: hicimos reservas en el
hotel hasta hoy. Si ganamos, cargamos el auto y remontamos la ruta Jardín hasta
Durban. Si perdemos, tenemos mínimo margen para llegar al aeropuerto y volar a
Johannesburgo.
La discusión se planteó en que debíamos hacer. Cargar el
auto? Era una carga negativa que no se podía sobrellevar. Dejar sin hacer los
bolsos? Un riesgo que no se podía correr. Armamos lo bolsos, se los dejamos a
la gerente del apart y salimos a la cancha. Contracturados como si ya hubiéramos jugado.
Miles de argentinos en la calle pugnaban por 30 segundos de
fama ante las cámaras. Ya sin Alfred con nosotros, nuestro camino era directo y
en 15 minutos entramos al predio del estadio, 3 horas antes del partido.
Desde las escalinatas veíamos como en el cerro
que vigila el estadio estaba desplegada una bandera alemana gigante y debimos
desplegar la nuestra en represalia.
Mientras los alemanes ya ingresados, aprovechaban las vistas
para seguir con su ritual cervecero, de cara al mar, en aparente estado de relajación, nuestras pulsaciones
se iban a las nubes.
Cuartos en el 98 y 06, la tercera, la vencida. En los pasillos, carteles desconocedora de la
lógica básica de la prudencia y gozaba la derrota ajena más que estar concentrado
en la victoria propia
Estábamos adentro. Ubicados y a esperar, ver cada movimiento,
el rictus de los jugadores. Después de tantos días compartidos, sentíamos
ausencias. Los corazones racionales y calculadores que por calculadores no son
corazones, fueron dejando Sudáfrica en tandas. Al final la bandera la
sostuvieron las mismas manos que la colgaron por primera vez en Saint Etienne.
Los minutos interminables llegaron a su fin. Salía el
equipo, no había tiempo de descuento, era la hora que esperamos 4 años.
En 2006 sufrimos 120 minutos y aquellos penales. Aquí nos
alcanzaron 20 minutos para desplomarnos en las butacas. Casi no hace falta que
cuente nada más, las lágrimas vuelven delante del teclado…
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