Al día de idas y de vueltas, le siguió una noche serena, tranquila. El descanso
necesario. La mañana apareció fresca pero soleada, sin fútbol. El entorno natural e histórico nos empujaba a
la salida temprana a reconocer el terreno.
Justo detrás nuestro enmarcando la ciudad se alza, abrupta e
imponente una de las maravillas naturales del mundo, la Montaña de la Mesa, o mejor
conocido Table Mountain…. Casi un paredón de más de 1000 metros de elevación,
al que se puede subir por varios caminos, treakings largos de moderada inclinación
ingresando por el norte o en vertical por la cara sur. En la cima, la meseta
plana producto de la erosión que explican su nombre.
Lo pensamos…pero no. El funicular que con inclinación de 70
grados te sube en 15 minutos a la cima era más tentador.
Lentamente
entre avestruces y monos salvajes, los babuinos que aparecen sin avisar,
llegamos al Cape Point, el Faro donde da la vuelta el continente y las líneas
del mar parecieran mostrar el choque de los océanos, el frío Atlántico y el
cálido Índico.
Del Cape Point salía un sendero al borde de los peñascos,
que llevaban tras 30 minutos de caminata al otro punto mítico, El Cabo de Buena
Esperanza, bautizado así por los viajeros portugueses que lo descubrieron en
1488, que después de meses bordeando el continente encontraron donde doblar al
este hacia las Indias.
Hace 20 años que no pasamos cuartos de final. Es un buen
momento para que la historia también doble, en el lugar de la Esperanza…
Allí, donde el rush hour a contramano que
veíamos, a la hora en que la Ciudad del Cabo se vaciaba de oficinistas, nada tenía que ver con el tránsito de
Panamericana, que ya era otra vez el paisaje que habitaban Alfredo y Dany……
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